miércoles, 13 de octubre de 2010

Alexandre

Me hace acordarme de aquellos días que pasé en Madrid, de la peregrinación mitómana hasta el café Gijón, y la recompensa, verle entrar desde una de las mesas de la ventana, ante el estupor de mi amiga, que no entendía por qué estaba tan emocionada ante la entrada de un anciano de pasitos cortos, que se sentó torpemente en la primera mesa, y al que inmediatamente trajeron un café con leche en vaso largo. Se comportaba como si supiese que le estaban observando, tímidamente, y hablaba con el camarero, mientras le daba vueltas al café con virulencia, y concentración, cucharilla golpeando vaso derecha, izquierda,derecha izquierda, rápidamente.

Me hace acordarme de mis otros favoritos, del gran Agustín González, del inefable Juanjo Menéndez en Zaragoza,(supongo que en el año 98, en el centenario de la primera película española, la salida de misa de 12 del Pilar), cerrado los ojos por la molestia del sol, flaco, tímido y abochornado por tanta expectación, con un traje marrón.

Me hace acordarme.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Amor habla sobre Saer, uno de los tantos escritores de los que tengo noticia por él, y que acabaré leyendo, después de madame Bovary, y de los modianos, y de bla, y de bla. Y seguramente algún sábado, después de la bendita siesta viendo la película de después de comer, diré que no es para tanto, y dando doscientas vueltas, que no me gusta, o quizá sí, sea uno de mis nuevos numberones. No sé, desde que leí El sueño de los héroes, siempre me han dado envidia, eso sí, muy sana, los grupos de amigos, casi siempre de hombres, en los que cada cual tiene una personalidad, y un nombre, completamente definidos, que duran toda la vida, a pesar de las circunstancias, y en los que se habla, y se vive la vida en su totalidad, digamos, en su existencialidad. Son tan perfectos, que parecen una novela argentina, o una realidad sevillana.
Puede que sea demasiado perezosa para la creación-recreación de estos grupos, o que simplemente he tenido mala suerte.